martes, 7 de septiembre de 2010

El autoengaño

Nada más frágil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa de lo real.
La realidad está frente a nosotros pero en el momento en que empezamos a asignarle significados, ya no es la realidad sino mi realidad, fruto de las experiencias pasadas, las expectativas futuras, los miedos o las creencias. En ese sentido, Sigmund Freud decía que a fin de evitar el sufrimiento "sólo vemos lo que queremos ver". Por lo tanto, percibir es seleccionar. Y ésta es la razón de las diferencias que existen entre los individuos que tienen diferentes visiones de la realidad y del entorno, basadas en la peculiar distorción que efectúa cada uno al aceptar o rechazar los estímulos que recibe.
En otras palabras, la percepción de la realidad no es la consecuencia de un proceso objetivo de la mente, sino el resultado de un mecanismo inconsciente que está al servicio de la propia necesidad o conveniencia.
El autoengaño consiste en pensar o decirse cosas que no se corresponden con la realidad, en una o varias áreas de la vida (la pareja, el trabajo, los amigos). La finalidad es disimular las deficiencias o los conflictos existentes, por lo cual el individuo pretende enriquecerlas o compensarlas con argumentos que resulten aceptables para sí mismo.
Mentir no es bueno, pero resulta mucho peor cuando uno se miente a sí mismo. Y más aún si se termina creyendo esa mentira como si fuera una verdad. El autoengaño es una práctica común pero peligrosa porque nos aleja de la realidad hacia un decorado identificado que nuestra mente toma como verdadero; es una estrategia de supervivencia y nadie se libra de utilizarlo en algún momento de su vida, pero si se emplea como hábito y no como excepción, puede volverse enfermizo y en contra de uno mismo.

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